Julio, 2009
Odio este lugar, pienso caminando por la calle desierta de una urbanización en la que todo me parece igual. Calles con nombres de flores, cuestas, y una piscina que, según la gente de aquí, está llena cuando no hay apenas diez personas en ella. A parte de eso no le veo la gracia a este maldito sitio. Odio este lugar, pero no podía quedarme en casa, dándole vueltas a la cabeza, pensando que ése ahora era mi nuevo hogar. Sintiéndome una extraterrestre en mi propia habitación. Así pues, y sintiéndome obligada, decidí dar un paseo por el pueblo. Y según caminaba más me iba deprimiendo, ¿es que aquí no hay un alma? Cuando de repente vi donde estaba "todo" el mundo. Resulta que habían abierto la piscina. Resulta que había piscina. Y en ese momento me sonó el móvil.
—¡HOLAAAAAA! —No podía ser otra que Adriana, mi mejor amiga— ¿Qué tal por esos pueblos de mala muerte?
—¿Pues tú que crees? —Y cogí aire para soltarle la bomba—: Aquí no hay Mc'Donnalds.
—¿Quéee? ¿Y donde come esa pobre gente?
—Van al Pans. O peor: al Rodilla.
—Pobres.
Esa misma mañana había ido con Fernando y Paz (opté por llamarles así, en vez de padres. Cruel, lo sé, pero quiero que sepan que estoy enfadada) a la calle Real. La calle Real es lo que Gran Vía es a Madrid, y la 5º Avenue a Nueva York, pero de un modo mucho menos atractivo. La calle Real medirá si quiera cien metros, y consta de un Berska (lleno de chonis), un Pull (lleno de pijas), un Springfield (lleno de pijos), un Festa (lleno de ancianas) y un Maripaz (lo único que tiene un pase). Además de una amplia variedad de tiendas sin importancia. Pues bien, allí estaba yo con toda la ilusión del mundo, en irme de tiendas, en encontrar un refugio, un consuelo, en lanzarme a los mostradores de las tiendas y llevarme todo lo que pillara, fuera bonito, feo, obstuso, marrón o segoviano, me doy de bruces contra tiendas de diez metros cuadrados y ropa demasiado ordinaria. Eran las mismas tiendas que en Madrid, de hecho había casi la misma ropa, pero a mí se me antojaba sosa y anondina, y, dicho sea de paso, puebleril. Pensaba recuperarme del bajón comiéndome un menú ahorro, pero acabé comiendo un sandwich de cartón y gulas con queso.
—Y... ¿cómo te lo pasas por allí? —prosiguió mi amiga—, ¿Hay algún tío bueno?
—Ni si quiera me he fijado... —En serio, ni lo había hecho. Creí que era una falta de respeto hacia Dani...
—¿Todavía no le has olvidado, verdad?
—Ya casi. —Mentí.
Lo cierto era que aún seguía pensando en él. En lo feliz que fui a su lado, y en que me prometió que nos veríamos, que me esperaría, y que se moría de ganas de verme en Madrid. Pero, si tanto le importo... ¿Por qué no viene él a verme?
Después de tanto tiempo, aquí tenéis chicas :)
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